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En la siguiente historia te enseñaremos:
cuales son las mejores tácticas y experiencias para enseñar a los niños el cuidado adecuado para las mascotas. Es de suma importancia tener esto presente a la hora de educar a los perros y por su puesto a tus hijos.
Hola les habla Ramón, tengo un año y soy un Beagle muy cariñoso. Hace unos meses me adoptó mi familia; ellos son muy generosos conmigo; uno de ellos tiene una barba bastante larga. La señora pelo corto y me habla de una forma bastante peculiar; no entiendo nada de lo que dice pero me gusta como me habla, me siento importante y todo un galán.
El tercer integrante es un pequeñín al que le tengo un gran amor especial; juega conmigo todo el tiempo y me habla como si fuera su amigo incondicional. Ellos son todo para mí, porque yo vivía solo en la calle y nadie se preocupaba por mi suerte. Sin embargo, al principio fue difícil entender por qué a Daniel, el pequeño, le costaba tanto adaptarse a mí.
Nosotros los perros necesitamos cuidados especiales; no solo jugar, comemos por supuesto pero también necesitamos estar lo más limpios posible. En mi caso, el encargado de la mayoría de estas actividades era Daniel, pero en un principio le costaba mucho acordarse que necesitaba beber agua; la mayoría de veces estaba algo sucia y no la sentía fresca en mi paladar. Los dos humanos más grandes comenzaron a asumir mis cuidados y no dejaban nada por fuera de su lugar: mi camita estaba limpia, todos los días olía a un perfume sabroso y cada vez que depositaba mis desechos los recogían y en las tardes inspeccionan mi boca con un palito y una sustancia fresca, es algo molesto pero con el tiempo me fui acostumbrando.
A pesar de ello, extrañaba al pequeñín; ya no estábamos tanto tiempo juntos. Comenzó a ponerse la misma ropa todos los días con un bulto en su espalda y se iba desde la mañana hasta las tardes. Cuando volvía yo lo esperaba ansioso porque quería jugar, pero el solo me acariciaba por unos minutos; luego, se iba a su habitación y se sentaba al frente de una pantalla grande hasta la cena.
Una mañana, de repente, dejó de ausentarse en el día, dejó de usar esos pantaloncillos arriba de la rodilla y camisa blanca; ¡ya no llevaba bulto! Me sorprendí porque ya no pasaba tanto tiempo en su habitación moviendo los dedos sobre esa tabla blanca con botones; comenzó a pasar más tiempo con nosotros y lo que noté después, era algo que no sabía por la naturaleza de los niños. Mamá comenzó a poner unos avisos sobre la nevera y Daniel debía tacharlos cada ciertos momentos del día. Él, comenzó de nuevo a encargarse de mis necesidades básicas. En la mañana, me servía el desayuno y en la noches me daba de cenar siempre a una misma hora.
Esta vez, cada dos veces al día me cambiaba el agua para que estuviese fresca, ¡Como a mi me gusta! Me sacaba a pasear tres veces al día y mamá nos acompañaba los primeros días. Observé que ella era muy insistente al mover las cabezas de un lado al otro para verificar que no vinieran esas cosas rodantes que llevan gente, de hecho papá tiene uno y me encanta subir en él. Cuando nos encontrábamos con otros de mi especie me excitaba un poco al verles, pero Daniel me hacía unas señas para quedarme quieto y no armar una algarabía innecesaria y salir lastimado; al final, aprendí a olerles un breve momento y seguir con nuestro camino.
En las tardes salíamos a nuestro jardín y me enseñaban trucos para obedecerles. En ocasiones, ellos ríen y me contemplan; es divertido, siempre hay una recompensa por estas actividades y lo mejor, casi no estoy envuelto en problemas. Una de las actividades que más me gusta pero no la hacemos con frecuencia, es cuando me echan agua en todo mi cuerpo y me frotan con burbujas, es muy relajante, Daniel siempre se ríe cuando sacudo mi pelaje porque lo dejo igual de empapado a mí.
Finalmente, comprendí que no era yo solo el que estaba siendo educado, Daniel también recibió instrucciones de cómo tratarme; era también una responsabilidad que le ayudaba a entender que era la disciplina. Al fin y al cabo, él y yo éramos los cachorros de la familia.
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